domingo, 8 de mayo de 2011

El desierto de los hombres


El desierto, en el lenguaje de Saint-Exupéry, significa desierto de hombres que se alimentan de una cultura estándar, donde nadie conoce a nadie porque el tiempo no se los permite, por lo tanto pierden el rumbo y la búsqueda de la felicidad se transforma en rutina. Las ‘personas grandes’ habitan este desierto y esta es la crítica que refleja el escritor hacia los hombres, pues no se detienen para contemplar.
Sin embargo, el desierto es más que eso: es un lugar de salvación, pues allí es posible encontrarse con el principito y experimentar la plenitud de los sentidos al estar en contacto con la propia interioridad y la del otro. “Es en el retiro del mundanal ruido y en ‘las soledades’ donde se logra ver lo interior” (Capestany, 31).
En ese sentido, se podría pensar que Saint-Exupéry lleva al personaje del principito a viajar por los distintos planetas para ilustrar el encuentro del hombre estereotipado de la sociedad con el principito. Cómo es que los hombres se encuentran con lo importante y sus ojos no lo reconocen, puesto que están enfrascados en llenar la mente de conceptos y definiciones. Por lo tanto ‘no hay tiempo’ para el otro ni de observar los detalles.
En su viaje el principito se encontró con un rey, con un vanidoso, con un bebedor, con un hombre de negocios, con un farolero y con un piloto.
El mundo está lleno de ellos. Habría que preguntarse, ¿acaso me identifico con alguno de ellos? El principito al aterrizar en el desierto, aterriza al mismo tiempo en el desierto espiritual de los hombres. Aparece como ‘lo insólito’ para hacernos ver cuántas veces lo importante ha pasado a nuestro lado y tan solo hemos tratado de definirlo.





Lo insólito de la vida



Las ‘personas grandes’ como llaman a los adultos en el libro, están tan llenas de sí mismas que basta con que ocurra un acontecimiento fuera de lo normal, es decir, un acontecimiento insólito para lograr despabilar la monotonía. El principito es lo insólito que se contrapone con la monotonía característica de los hombres. Monotonía significa continuar con el mismo tono, sin cambios. Por ende, deviene el aburrimiento.
El principito es lo insólito en la vida de los hombres, y en este caso, en la vida del piloto que ‘cayó del cielo’. El aviador estaba agobiado por reparar su avión el cual accidentalmente cayó en el desierto; y fue allí, en medio de la nada, donde se encuentra con este niño, preocupado a su vez, de la vida de su indefensa flor, de árboles potencialmente peligrosos, de estrellas y planetas lejanos. La reacción del piloto fue como el de las personas grandes: primero, reconocimiento de lo insólito, luego, evasión. El aviador volvió a su trabajo que ‘sí era importante’, que sí era de ‘vida o muerte’. Pero “¿acaso la vida de la única flor del planeta del principito no es algo importante?”. Totalmente insólito. Pero sin embargo es necesario. Es necesario lo insólito para desplegar nuevos relieves y perspectivas. “Lo realmente importante es la presencia y  mundo insólito del principito” (Sosa, 53).
Es clara la ceguera de los hombres frente a los detalles, pues son incapaces de comprender que lo importante se juzga con el corazón. Están tan ocupados de resolver los problemas de los hombres, todo racionalmente, que caen en la superficialidad de los números y en la rutina del esquema. Entonces es posible comprender que lo insólito es aquello que logra despertar del sopor de la insensibilidad en la cual está inmersa la sociedad.

El legado de El Principito

El Principito de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) ha logrado encantar verdaderamente a todo tipo de lector, tanto a niños como a  adultos, las 'personas grandes'; pero, ¿a qué se debe esta fascinación por El Principito?, ¿Por qué se suele escuchar el típico comentario de "¡Es muy lindo!" cuando se pregunta por la obra?, ¿Qué significa que El Principito sea un libro "sencillo" y a la vez "tan profundo"?
La razón fundamental que se encuentra en el inconsciente es que mediante la temática de la simplicidad y la domesticación, El Principito revela el secreto de la felicidad e invita a vivir la vida de acuerdo a estos tópicos.
El encanto del personaje, la ternura de la historia y la forma de relatarla son factores que atraen al lector a la novela y a indagar en ella. Sin embargo existen más razones. Veremos que la filosofía del libro opera de dos maneras: primero, atrapa al lector con la dulzura e inocencia del narrador (el piloto) desde sus primeras páginas –que relata la historia de su experiencia de cuando tenía seis años-, para luego introducirlo en el mundo revelador del Principito y de las ‘cosas importantes’.
En ese sentido El Principito resultó ser para la humanidad una revelación, y el hecho de que sea un libro dedicado a los niños no quiere decir que trate de temas infantiles, sino que se dedica a los niños porque ellos son capaces de comprender las cosas que realmente importan. Los niños tienen la inocencia y sutileza de ver en lo pequeño grandes milagros.
El principito sin duda ha llamado la atención de niños y adultos por tener el secreto de la felicidad contenida en unas cuantas páginas. Lo esencial es invisible, es necesaria la domesticación, es imperante detenerse para contemplar y beber de la fuente para llenar el corazón con la vigorosa fuerza del amor. El principito cala profundamente en el inconsciente de las personas acerca de estos temas e invita preguntarse qué es lo importante. Las cosas importantes en el contexto de El Principito están ligadas a la belleza de las cosas simples.  Es esta temática de simplicidad que toca el libro la que ha despertado el interés y ha permitido abrir todos los sentidos para comprender el misterio que trae consigo el principito y que lo trae a nuestro planeta.
La simplicidad como tema se complejiza en el personaje de este niño proveniente de otro planeta preocupado de la vida de una rosa indefensa, de cortar los árboles dañinos de su pequeño planeta y de contemplar las puestas de sol. Se dice que es ‘simple’ porque las preocupaciones de su mente y de su corazón –sobre todo de él- están puestas en cosas tan ‘cotidianas’ para las personas mayores (acostumbrados de manejar y preocuparse de temas de ‘relevancia’ como lo son las cifras, el trabajo y el dinero) que no logran observar que el misterio de la felicidad está justamente en lo pequeño del planeta.
La vida nos ha demostrado que existe una necesidad de El Principito. Este vino a salvar a nuestra especie de la monotonía y la rutina, y vino a reemplazarlos por la domesticación para darle un sentido. Sin embargo el Principito para regresar a su planeta tuvo que morir.
Pero ¿acaso puede morir El Principito? Sería como preguntarse ¿acaso pueden dejar de brillar las estrellas?: “Tú tendrás estrellas como nadie las ha tenido. […] Cuando mires el cielo por la noche, como yo habitaré en una de ellas, como yo reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!” (Saint-Exupéry, 117), dijo el principito al piloto.
El Principito no morirá nunca mientras haya un corazón que ría con las estrellas de la noche, El Principito no morirá nunca mientras haya personas que sepan comprender y ver lo esencial con el corazón, como los niños. Pues solo los niños saben lo que buscan. Por lo tanto debemos aprender a volver a ser niños, los que un día fuimos, pues los ojos de las ‘personas grandes’ están ciegos porque no saben que es necesario buscar con el corazón.
He aquí su legado, buscar con el corazón pues lo esencial es invisible a los ojos. El mundo no ha cambiado desde que el Principito pisó esta tierra, pero es posible verlo con sus ojos. Entonces comprenderemos que lo importante consiste en domesticar a otro corazón para poder tener un tesoro, comprenderemos que el alimento del corazón puede ser un pozo en medio del desierto o el sonido de una roldana que nos enriquezca el alma. Comprenderemos finalmente que a pesar de llevar muchos años a cuestas, dentro nuestro se esconde un principito que ríe en todas las estrellas y que por lo tanto, somos responsables de hacerles ver a otras ‘personas grandes’ el misterio de la verdadera felicidad y así volver más humano el desierto en el corazón de los hombres.

Agua para el corazón

Dice el principito “lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en cualquier parte” (Saint-Exupéry, 104). Los hombres necesitan beber de la fuente, así también el principito, pero no es un agua para el estómago, sino para el corazón. El piloto descubre que “el agua no era un alimento. Había nacido de la marcha bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de [sus] brazos” (Saint-Exupéry, 108).
Volver a la fuente significa volver a renacer en el amor. En el contexto del principito, significa llenar el propio corazón con la esencia del otro. Sin embargo, como en el mundo habitado por lo hombres, es decir, como los hombres habitan el mundo de su propio desierto espiritual, no hay fuentes de agua a las cuales acudir para poder “llenar” el corazón, estos se llenan de sí mismos y la pequeñez del hombre no proporciona riqueza de corazones. El principito pudo verlo cuando visitó el planeta del vanidoso, del bebedor, del hombre de negocios…
Analicemos las palabras del principito para comprender aún mejor su mensaje referente al pozo. “Lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en cualquier parte”. El desierto es la pobreza en la interioridad de los hombres, la monotonía sin relieve, sin cambios, sin crecimiento. El pozo es la fuente que propicia la vida, la cual emana o fluye como el agua del pozo. Que se oculte en cualquier parte del desierto, es decir, de la propia interioridad significa que cualquier cosa, persona o circunstancia puede proveer de esa “vida” tan esencial que resuelta bello a los propios ojos.
Ese es el mensaje que El Principito quiere transmitir al mismo tiempo que suscita en los corazones de sus lectores la necesidad de búsqueda del pozo contenida en el secreto de la domesticación.

Domesticar es un tesoro

El misterio del arte de domesticar es el misterio del amor, de contemplar las cosas importantes que se presentan en el día a día. Los hombres se sorprenden antes grandes milagros o catástrofes naturales, pero no se sorprenden ante cosas igual importantes -o incluso más-, como el nacimiento de una nueva flor, una perfecta puesta de sol, porque están perdidos en el mundo de la indiferencia, donde la belleza como misterio es un tesoro que no son capaces de comprender. “Si los seres humanos nos conocemos tan poco y tan superficialmente, no es porque no sepamos vernos y escucharnos, sino porque no sabemos entender el lenguaje de las emociones” (Sosa, 33).
¿Qué significa domesticar?, le preguntó el principito al zorro. Significa crear lazos. En la tierra las ‘personas grandes’ no conocen porque no domestican. Y es aquí donde se enfrentan los dos mundos en juego: por un lado, el mundo del aviador que correspondería al de las ‘personas grandes’ (que son serias y razonables); y por otro lado, el mundo del principito que es el mundo de la simplicidad.
El Principito lleva a preguntarse inconscientemente ‘¿qué es conocer a otro concretamente?’. El zorro responderá esta pregunta aludiendo a algo que ha sido tan olvidado en el mundo de los hombres: el misterio de la domesticación que es, a su vez, el misterio del amor. El zorro dijo al pequeño príncipe: “para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo…” (Saint-Exupéry, 91). El principito comprende entonces que él había sido domesticado por la flor de su planeta. No importa que en la tierra haya millones de ellas exactamente iguales, para el principito su flor es única y especial porque fue a ella a quien ha regado y escuchado quejarse o jactarse. Ella es la rosa que conoce, y como dice el zorro “solo se conocen las cosas que se domestican” (Saint-Exupéry, 93). Drewermann dice “Nadie puede vivir si no es un vivir para algo, algo que sea a sus ojos singular, bello y valioso” (55). De este modo el principito para el zorro, una vez que lo haya domesticado, será como el trigo dorado: “¿Ves allá los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. […] Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti, y amaré el ruido del viento en el trigo…” (Saint-Exupéry, 93). De esta forma la fuerza del amor aparece como la multitud del ser amado. Todos nuestros miembros captan al ser amado: los oídos, ojos y desde luego el corazón. Incluso se comienza por amar a lo que se parece al ser amado -“amaré el ruido del viento en el trigo”-. Muchas veces se ha escuchado decir a los enamorados “desde que me enamoré de ti la vida me parece más hermosa”, esto es justamente por este principio de domesticación.

El tiempo que se le dedica al ser amado o domesticado hace que este se vuelva valioso y sea único a los ojos del otro. El zorro dice al principito: “el tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante” (96). Mientras más tiempo se pasa con alguien, más tiempo se tiene para ser uno mismo, para expresar en las distintas situaciones la interioridad propia, y a su vez, de valorar la interioridad del otro en cuando se descubre su riqueza que aparece como distinta y única en todo un universo de expresiones.
Las relaciones humanas se mueven por la fuerza inconmensurable del amor. Se crean lazos en la medida que se ganan los corazones de los hombres. Domesticar, desde luego se le asemeja con frecuencia a los animales. El zorro  había dicho al principito “¡domestícame!”, ¿no es un poco morboso utilizar el mismo término para referirse a los humanos? Se domestica a un animal para que no efectúe un eventual ataque a su dueño y/o esté subordinado a él, es decir, acostumbrar al animal salvaje a la compañía de las personas. Al hacerlo ¿no se está, en último término, domesticando su corazón? Domesticar es un término tan olvidado en el mundo de los hombres que ha perdido su verdadera razón de ser. En su lugar han aparecido términos aparentemente mucho más atractivos como dinero, poder, chantajear, poseer, desear… 
El corazón de los hombres también necesita ser domesticado, es decir, acostumbrar al corazón a la compañía del ser amado. Pero ¿por qué es tan necesario? Porque permite llenar el propio corazón con la esencia del otro y de ese modo, enriquecer el vínculo entre las personas.