El desierto, en el lenguaje de Saint-Exupéry, significa desierto de hombres que se alimentan de una cultura estándar, donde nadie conoce a nadie porque el tiempo no se los permite, por lo tanto pierden el rumbo y la búsqueda de la felicidad se transforma en rutina. Las ‘personas grandes’ habitan este desierto y esta es la crítica que refleja el escritor hacia los hombres, pues no se detienen para contemplar.
Sin embargo, el desierto es más que eso: es un lugar de salvación, pues allí es posible encontrarse con el principito y experimentar la plenitud de los sentidos al estar en contacto con la propia interioridad y la del otro. “Es en el retiro del mundanal ruido y en ‘las soledades’ donde se logra ver lo interior” (Capestany, 31).
En ese sentido, se podría pensar que Saint-Exupéry lleva al personaje del principito a viajar por los distintos planetas para ilustrar el encuentro del hombre estereotipado de la sociedad con el principito. Cómo es que los hombres se encuentran con lo importante y sus ojos no lo reconocen, puesto que están enfrascados en llenar la mente de conceptos y definiciones. Por lo tanto ‘no hay tiempo’ para el otro ni de observar los detalles.
En su viaje el principito se encontró con un rey, con un vanidoso, con un bebedor, con un hombre de negocios, con un farolero y con un piloto.
El mundo está lleno de ellos. Habría que preguntarse, ¿acaso me identifico con alguno de ellos? El principito al aterrizar en el desierto, aterriza al mismo tiempo en el desierto espiritual de los hombres. Aparece como ‘lo insólito’ para hacernos ver cuántas veces lo importante ha pasado a nuestro lado y tan solo hemos tratado de definirlo.
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