domingo, 8 de mayo de 2011

Domesticar es un tesoro

El misterio del arte de domesticar es el misterio del amor, de contemplar las cosas importantes que se presentan en el día a día. Los hombres se sorprenden antes grandes milagros o catástrofes naturales, pero no se sorprenden ante cosas igual importantes -o incluso más-, como el nacimiento de una nueva flor, una perfecta puesta de sol, porque están perdidos en el mundo de la indiferencia, donde la belleza como misterio es un tesoro que no son capaces de comprender. “Si los seres humanos nos conocemos tan poco y tan superficialmente, no es porque no sepamos vernos y escucharnos, sino porque no sabemos entender el lenguaje de las emociones” (Sosa, 33).
¿Qué significa domesticar?, le preguntó el principito al zorro. Significa crear lazos. En la tierra las ‘personas grandes’ no conocen porque no domestican. Y es aquí donde se enfrentan los dos mundos en juego: por un lado, el mundo del aviador que correspondería al de las ‘personas grandes’ (que son serias y razonables); y por otro lado, el mundo del principito que es el mundo de la simplicidad.
El Principito lleva a preguntarse inconscientemente ‘¿qué es conocer a otro concretamente?’. El zorro responderá esta pregunta aludiendo a algo que ha sido tan olvidado en el mundo de los hombres: el misterio de la domesticación que es, a su vez, el misterio del amor. El zorro dijo al pequeño príncipe: “para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo…” (Saint-Exupéry, 91). El principito comprende entonces que él había sido domesticado por la flor de su planeta. No importa que en la tierra haya millones de ellas exactamente iguales, para el principito su flor es única y especial porque fue a ella a quien ha regado y escuchado quejarse o jactarse. Ella es la rosa que conoce, y como dice el zorro “solo se conocen las cosas que se domestican” (Saint-Exupéry, 93). Drewermann dice “Nadie puede vivir si no es un vivir para algo, algo que sea a sus ojos singular, bello y valioso” (55). De este modo el principito para el zorro, una vez que lo haya domesticado, será como el trigo dorado: “¿Ves allá los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. […] Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti, y amaré el ruido del viento en el trigo…” (Saint-Exupéry, 93). De esta forma la fuerza del amor aparece como la multitud del ser amado. Todos nuestros miembros captan al ser amado: los oídos, ojos y desde luego el corazón. Incluso se comienza por amar a lo que se parece al ser amado -“amaré el ruido del viento en el trigo”-. Muchas veces se ha escuchado decir a los enamorados “desde que me enamoré de ti la vida me parece más hermosa”, esto es justamente por este principio de domesticación.

El tiempo que se le dedica al ser amado o domesticado hace que este se vuelva valioso y sea único a los ojos del otro. El zorro dice al principito: “el tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante” (96). Mientras más tiempo se pasa con alguien, más tiempo se tiene para ser uno mismo, para expresar en las distintas situaciones la interioridad propia, y a su vez, de valorar la interioridad del otro en cuando se descubre su riqueza que aparece como distinta y única en todo un universo de expresiones.
Las relaciones humanas se mueven por la fuerza inconmensurable del amor. Se crean lazos en la medida que se ganan los corazones de los hombres. Domesticar, desde luego se le asemeja con frecuencia a los animales. El zorro  había dicho al principito “¡domestícame!”, ¿no es un poco morboso utilizar el mismo término para referirse a los humanos? Se domestica a un animal para que no efectúe un eventual ataque a su dueño y/o esté subordinado a él, es decir, acostumbrar al animal salvaje a la compañía de las personas. Al hacerlo ¿no se está, en último término, domesticando su corazón? Domesticar es un término tan olvidado en el mundo de los hombres que ha perdido su verdadera razón de ser. En su lugar han aparecido términos aparentemente mucho más atractivos como dinero, poder, chantajear, poseer, desear… 
El corazón de los hombres también necesita ser domesticado, es decir, acostumbrar al corazón a la compañía del ser amado. Pero ¿por qué es tan necesario? Porque permite llenar el propio corazón con la esencia del otro y de ese modo, enriquecer el vínculo entre las personas.

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